La primera vez que estuve
cerca de la marihuana fue cuando en el colegio un tardío compañero llamado
Gerard me enseñó un vídeo en el que estaba preparando un porro con sus amigos.
Veía todo eso lejano, lo rechazaba. Las circunstancias me alejaban, el chico no
era ni un poco cercano a lo que consideraba cool:
sus párpados cenizos rodeaban su par de ojos rojizos e hinchados que
sobresalían como los de un preso, peinaba hacia atrás constantemente su
cabellera grasosa y, aunque quería demostrar seguridad y bohemia, los hombros que
se le escondían alrededor del cuello y su escurrida barriga transmitían
inseguridad e invitaban a la risa. Luego de un tiempo, no se supo más de él, dejó
los estudios y sus padres lo buscaban. Un par de años después pude verlo por
una playa de Trujillo junto a un grupo de jóvenes enjutos y sucios, no sé exactamente
lo qué le pasó pero tenía la mirada de un animal herido y desorientado.
Mi primer año en la
universidad me topé con un grupo de estudiantes que religiosamente salían todas
las semanas a divertirse. Todas las
noches no faltaba el alcohol, en algunas también los acompañaba la marihuana y
en otras podían disfrutar del sexo universitario. Cuando los menos
experimentados acompañaban, solo se
jugaba a la botella borracha. Luego de un rato de besos inocentones y ridículos
el grupo se partía en dos, algunos iban a casa y otros iniciaban la verdadera
fiesta. Yo era de los que siempre iba a casa, pero por un amigo que sin
pedírselo me contaba todos los detalles,
sabía lo que pasaba con los que se quedaban en las fiestas. No me sentía tan
cercano a esa realidad, los aceptaba como amigos pero no compartía sus gustos.
En el cuarto año de
universidad escuchaba hablar a una amiga sobre cómo había sido la primera vez
que probó marihuana; me hablaba de sus propiedades curativas, de cómo “tus
sentidos se pulen, y puedes notar hasta la sangre recorrer tus venas”, además “si
le agregas un poco de música puedes ir más allá”, “es genial la sensación,
debes intentarlo alguna vez”. Yo
escuchaba un poco aturdido, pensaba que la marihuana y todas las drogas
marcaban un antes y después. Que ibas a volverte dependiente de por vida, por
lo menos en el caso del consumo de marihuana de esa amiga no era así, o no pude
notar diferencia alguna en su comportamiento. Decidí averiguar si alguien más
en la universidad había ‘lanzado marihuana’, lo que descubrí me bajó al llano,
resulta que más de la mitad de personas respondía que en algún momento sí había
probado. Todo cambiaba, ahora sentía que todo eso estaba cerca de mí, yo era el
raro.
Un par de semanas luego de
este descubrimiento decidí acompañar a dos de compañeras que iban a ‘lanzar’.
Teníamos solo una hora para hacerlo. Una de las chicas habló con su
distribuidor dentro de la escuela, a ellos se les llama diller, casi cada salón universitario tiene uno. Este, mientras
miraba desconfiado a los dos que nos mantuvimos lejos, le proporcionó un ‘rizo’
a nuestra amiga. Decidimos ‘golpear la hierba’ luego de la presentación de un
trabajo. Lamentablemente el docente demoró más de lo previsto y solo tuvimos 10
minutos para buscar el lugar indicado para el ‘bate’. Debido a esto, y también por
mi arrepentimiento a último momento, decidí no probar y les dije que el tiempo
era muy corto para disfrutar de mi primera vez, así que lo pospuse. Regresé con
otra compañera de estudios, quien era conocida por tener un comportamiento intachable. Con
nostalgia pensé que ya no me sentía cercano a esa realidad.
(INXS – Never Tear Us Apart)
Una semana después de mi
primer intento de consumir marihuana acordé con dos compañeras y un amigo para
ir a un concierto de rock. No había
planeado nada, saldríamos al concierto al terminar de grabar en el laboratorio
de radio de la universidad. Luego del almuerzo una de las chicas me pidió que
la acompañe a comprar papel de arroz, “con esto se envuelve la marihuana”, me
explicó. Una hora antes había conseguido un poco de hierba, lo guardaba para
mitigar el frío en la noche rockera.
A las seis de la tarde
terminamos las grabaciones, caminamos hasta el lugar del concierto, éramos un
buen cuarteto, compartimos bromas y anécdotas durante las cinco cuadras que
separaban a la universidad de la Concha Acústica, el escenario color rosa que en
su forma podíamos advertir el porqué de su nombre, sede de muchos festivales
urbanos, hoy nos presentaba lo mejor del rock
local. De los cuatro, solo dos sabíamos que alguien llevaba hierba en su
mochila, solo dos buscamos un encendedor y nos perdimos en la oscuridad para ir
a un lugar apartado, mientras el otro par se entretuvo conversando con el
fotógrafo del alcalde. Caminamos por el parque contiguo al escenario buscando
un lugar dónde ubicarnos, solo veíamos sombras de personas haciendo ejercicio,
parejas besándose o amigos conversando.
La chica que me acompañó fue
quien anteriormente me había contado sus experiencias con la marihuana. Nos
sentamos en una acera del parque, atrás nuestro era el estacionamiento de las
camionetas de los miembros de Seguridad Ciudadana, hacía mucho frío y en el
evento sonaba la canción Get Lucky de Daft Punk. Prendimos el primer ‘rizo’, mi compañera me explicó cómo
se ‘golpea’, “debes aspirar el humo y mantenerlo el mayor tiempo posible dentro
de tus pulmones, luego lo botas”, ella lo aspiró primero y la marihuana surtió efecto,
yo la seguí, aspiré una, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces, pero no surtió
efecto, mi amiga estaba volando y yo en tierra muriéndome de frío y
decepcionado.