martes, 26 de julio de 2016

FIEBRE VERDE


La primera vez que estuve cerca de la marihuana fue cuando en el colegio un tardío compañero llamado Gerard me enseñó un vídeo en el que estaba preparando un porro con sus amigos. Veía todo eso lejano, lo rechazaba. Las circunstancias me alejaban, el chico no era ni un poco cercano a lo que consideraba cool: sus párpados cenizos rodeaban su par de ojos rojizos e hinchados que sobresalían como los de un preso, peinaba hacia atrás constantemente su cabellera grasosa y, aunque quería demostrar seguridad y bohemia, los hombros que se le escondían alrededor del cuello y su escurrida barriga transmitían inseguridad e invitaban a la risa. Luego de un tiempo, no se supo más de él, dejó los estudios y sus padres lo buscaban. Un par de años después pude verlo por una playa de Trujillo junto a un grupo de jóvenes enjutos y sucios, no sé exactamente lo qué le pasó pero tenía la mirada de un animal herido y desorientado.
Mi primer año en la universidad me topé con un grupo de estudiantes que religiosamente salían todas las semanas  a divertirse. Todas las noches no faltaba el alcohol, en algunas también los acompañaba la marihuana y en otras podían disfrutar del sexo universitario. Cuando los menos experimentados  acompañaban, solo se jugaba a la botella borracha. Luego de un rato de besos inocentones y ridículos el grupo se partía en dos, algunos iban a casa y otros iniciaban la verdadera fiesta. Yo era de los que siempre iba a casa, pero por un amigo que sin pedírselo me  contaba todos los detalles, sabía lo que pasaba con los que se quedaban en las fiestas. No me sentía tan cercano a esa realidad, los aceptaba como amigos pero no compartía sus gustos.
En el cuarto año de universidad escuchaba hablar a una amiga sobre cómo había sido la primera vez que probó marihuana; me hablaba de sus propiedades curativas, de cómo “tus sentidos se pulen, y puedes notar hasta la sangre recorrer tus venas”, además “si le agregas un poco de música puedes ir más allá”, “es genial la sensación, debes  intentarlo alguna vez”. Yo escuchaba un poco aturdido, pensaba que la marihuana y todas las drogas marcaban un antes y después. Que ibas a volverte dependiente de por vida, por lo menos en el caso del consumo de marihuana de esa amiga no era así, o no pude notar diferencia alguna en su comportamiento. Decidí averiguar si alguien más en la universidad había ‘lanzado marihuana’, lo que descubrí me bajó al llano, resulta que más de la mitad de personas respondía que en algún momento sí había probado. Todo cambiaba, ahora sentía que todo eso estaba cerca de mí, yo era el raro.
Un par de semanas luego de este descubrimiento decidí acompañar a dos de compañeras que iban a ‘lanzar’. Teníamos solo una hora para hacerlo. Una de las chicas habló con su distribuidor dentro de la escuela, a ellos se les llama diller, casi cada salón universitario tiene uno. Este, mientras miraba desconfiado a los dos que nos mantuvimos lejos, le proporcionó un ‘rizo’ a nuestra amiga. Decidimos ‘golpear la hierba’ luego de la presentación de un trabajo. Lamentablemente el docente demoró más de lo previsto y solo tuvimos 10 minutos para buscar el lugar indicado para el ‘bate’. Debido a esto, y también por mi arrepentimiento a último momento, decidí no probar y les dije que el tiempo era muy corto para disfrutar de mi primera vez, así que lo pospuse. Regresé con otra compañera de estudios, quien era conocida por  tener un comportamiento intachable. Con nostalgia pensé que ya no me sentía cercano a esa realidad.
(INXS – Never Tear Us Apart)
Una semana después de mi primer intento de consumir marihuana acordé con dos compañeras y un amigo para ir a un concierto de rock. No había planeado nada, saldríamos al concierto al terminar de grabar en el laboratorio de radio de la universidad. Luego del almuerzo una de las chicas me pidió que la acompañe a comprar papel de arroz, “con esto se envuelve la marihuana”, me explicó. Una hora antes había conseguido un poco de hierba, lo guardaba para mitigar el frío en la noche rockera.
A las seis de la tarde terminamos las grabaciones, caminamos hasta el lugar del concierto, éramos un buen cuarteto, compartimos bromas y anécdotas durante las cinco cuadras que separaban a la universidad de la Concha Acústica, el escenario color rosa que en su forma podíamos advertir el porqué de su nombre, sede de muchos festivales urbanos, hoy nos presentaba lo mejor del rock local. De los cuatro, solo dos sabíamos que alguien llevaba hierba en su mochila, solo dos buscamos un encendedor y nos perdimos en la oscuridad para ir a un lugar apartado, mientras el otro par se entretuvo conversando con el fotógrafo del alcalde. Caminamos por el parque contiguo al escenario buscando un lugar dónde ubicarnos, solo veíamos sombras de personas haciendo ejercicio, parejas besándose o amigos conversando.
La chica que me acompañó fue quien anteriormente me había contado sus experiencias con la marihuana. Nos sentamos en una acera del parque, atrás nuestro era el estacionamiento de las camionetas de los miembros de Seguridad Ciudadana, hacía mucho frío y en el evento sonaba la canción Get Lucky de Daft Punk. Prendimos el primer ‘rizo’, mi compañera me explicó cómo se ‘golpea’, “debes aspirar el humo y mantenerlo el mayor tiempo posible dentro de tus pulmones, luego lo botas”, ella lo aspiró primero y la marihuana surtió efecto, yo la seguí, aspiré una, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces, pero no surtió efecto, mi amiga estaba volando y yo en tierra muriéndome de frío y decepcionado.

domingo, 24 de julio de 2016

NO SOY IDEALISTA

No hay necesidad de diferenciarlos pero en mi país la distancia es grande. Hablaré por mi experiencia, no he conocido a una pareja Lgtb+ íntimamente como para recaer en un juicio sobre ellos, todo lo contrario con parejas heterosexuales de clase media.
La figura casi siempre se repite, los hombres son los niños que se hacen duros, en la mayoría de veces intransigentes al discutir con sus esposas. Las mujeres tienen la ventaja que en esta época la violencia contra ellas es censurada, muchas veces tienen razón, pero no exponen sus argumentos con la fuerza necesaria, la inseguridad las aleja de la validez. Los hombres por otro lado se han acostumbrado por muchos años a tener razón a la fuerza y ahora son esclavos de ilógicas razones que los llevan a defender argumentos sin sostén.
Paremos esta cadena, las mujeres de mi país tienen mucho por expresar, desean ser libres y luchan diariamente, lamentablemente la mayoría en sus hogares, para esa emancipación. No les cortemos las alas es posible tener familia y cumplir sueños. Flora Tristán nos lo recordó, la mujer es valiente, las diferencias no limitan, crean diversidad. Ayudemos a crear igualdad, nuestros hijos necesitan algo mejor, no deben contaminarse con las relaciones de este mundo, no aprendamos a soportar los golpes en la vida, aunque hay cosas fuera de nuestro alcance como la enfermedad o muerte, mejoremos la sociedad desde el núcleo. El compromiso no se siente, se demuestra.
La competencia nos enriquece y acerca más. La amenaza es recurso de delincuentes sin coraje. Crezcamos todos.

Disfrutemos esta canción.