jueves, 20 de octubre de 2016

John Malkovich y el artista estúpido

Me gustaría ser claro por una vez. Regreso de ver en el cineclub de mi universidad 'Quiero ser John Malkovitz' y rescato algo bueno: abrió mis ojos, entendí por un momento el 'querer ser' de lo artístico.

Tengo un par de buenas amigas que pertenecen a este grupo de cinéfilos. En parte son la divergencia encarnada, las diferentes, las que miran con otros ojos el mundo; digo en parte porque una de ellas lo es y la otra encarna a personajes de sus películas favoritas. Es muy interesante hablar con las dos, pero la primera muestra mejor sus ideas y la otra juega perfectamente su papel, generalmente cuando tengo una conversación con ella, roza la posibilidad que tengamos sexo. Al cabo de un tiempo me he dado cuenta que el pertenecer a la élite culta ha sido un objetivo de vida para ellas, alimentan sus pensamientos con variados nombres de películas, directores, corrientes, actores y más. Sueltan un nombre con una idea principal que acompaña toda la descripción de aquello en cuestión.

martes, 9 de agosto de 2016

ODIO EGOISTA


Esto es un post íntimo, pero pueden decir lo que deseen en los comentarios.

Sí, es raro, loco y estúpido el no haber besado a alguien a mis 22 años. A esa edad ya no se trata de timidez, ahora ya no es un niño tonto que busca desprenderse de ella. Ahora es algo vital, ya no encajo, ya no pertenezco a la gente, no tengo carácter ni valentía. Ahora solo he estado viviendo en una terrible burbuja donde el niño correcto se convirtió en un adolescente tonto, idealista, superficial y egoísta que santificaba a las mujeres. Esta etapa murió con un desamor que me dejó castrado y con muchas interrogantes. Decidí olvidarme de los amoríos y dedicarme a mis asuntos. Me masturbaba cuando la austeridad sexual afectaba mi comportamiento, regulaba mi conducta acariciando mis genitales para luego terminar con remordimientos, pensando 'lo malo de mis acciones'; aun siento un poco de culpa cuando lo hago, me siento un tarado, un tipo sin autoestima que se autocomplace porque no es capaz de tener sexo con una mujer ni se atreve a darse una nueva ooportunidad en el amor. Uno de los grandes problemas que sigo teniendo en la vida es no sentirme parte de la mayoría y no tener las mismas vivencias.

martes, 26 de julio de 2016

FIEBRE VERDE


La primera vez que estuve cerca de la marihuana fue cuando en el colegio un tardío compañero llamado Gerard me enseñó un vídeo en el que estaba preparando un porro con sus amigos. Veía todo eso lejano, lo rechazaba. Las circunstancias me alejaban, el chico no era ni un poco cercano a lo que consideraba cool: sus párpados cenizos rodeaban su par de ojos rojizos e hinchados que sobresalían como los de un preso, peinaba hacia atrás constantemente su cabellera grasosa y, aunque quería demostrar seguridad y bohemia, los hombros que se le escondían alrededor del cuello y su escurrida barriga transmitían inseguridad e invitaban a la risa. Luego de un tiempo, no se supo más de él, dejó los estudios y sus padres lo buscaban. Un par de años después pude verlo por una playa de Trujillo junto a un grupo de jóvenes enjutos y sucios, no sé exactamente lo qué le pasó pero tenía la mirada de un animal herido y desorientado.
Mi primer año en la universidad me topé con un grupo de estudiantes que religiosamente salían todas las semanas  a divertirse. Todas las noches no faltaba el alcohol, en algunas también los acompañaba la marihuana y en otras podían disfrutar del sexo universitario. Cuando los menos experimentados  acompañaban, solo se jugaba a la botella borracha. Luego de un rato de besos inocentones y ridículos el grupo se partía en dos, algunos iban a casa y otros iniciaban la verdadera fiesta. Yo era de los que siempre iba a casa, pero por un amigo que sin pedírselo me  contaba todos los detalles, sabía lo que pasaba con los que se quedaban en las fiestas. No me sentía tan cercano a esa realidad, los aceptaba como amigos pero no compartía sus gustos.
En el cuarto año de universidad escuchaba hablar a una amiga sobre cómo había sido la primera vez que probó marihuana; me hablaba de sus propiedades curativas, de cómo “tus sentidos se pulen, y puedes notar hasta la sangre recorrer tus venas”, además “si le agregas un poco de música puedes ir más allá”, “es genial la sensación, debes  intentarlo alguna vez”. Yo escuchaba un poco aturdido, pensaba que la marihuana y todas las drogas marcaban un antes y después. Que ibas a volverte dependiente de por vida, por lo menos en el caso del consumo de marihuana de esa amiga no era así, o no pude notar diferencia alguna en su comportamiento. Decidí averiguar si alguien más en la universidad había ‘lanzado marihuana’, lo que descubrí me bajó al llano, resulta que más de la mitad de personas respondía que en algún momento sí había probado. Todo cambiaba, ahora sentía que todo eso estaba cerca de mí, yo era el raro.
Un par de semanas luego de este descubrimiento decidí acompañar a dos de compañeras que iban a ‘lanzar’. Teníamos solo una hora para hacerlo. Una de las chicas habló con su distribuidor dentro de la escuela, a ellos se les llama diller, casi cada salón universitario tiene uno. Este, mientras miraba desconfiado a los dos que nos mantuvimos lejos, le proporcionó un ‘rizo’ a nuestra amiga. Decidimos ‘golpear la hierba’ luego de la presentación de un trabajo. Lamentablemente el docente demoró más de lo previsto y solo tuvimos 10 minutos para buscar el lugar indicado para el ‘bate’. Debido a esto, y también por mi arrepentimiento a último momento, decidí no probar y les dije que el tiempo era muy corto para disfrutar de mi primera vez, así que lo pospuse. Regresé con otra compañera de estudios, quien era conocida por  tener un comportamiento intachable. Con nostalgia pensé que ya no me sentía cercano a esa realidad.
(INXS – Never Tear Us Apart)
Una semana después de mi primer intento de consumir marihuana acordé con dos compañeras y un amigo para ir a un concierto de rock. No había planeado nada, saldríamos al concierto al terminar de grabar en el laboratorio de radio de la universidad. Luego del almuerzo una de las chicas me pidió que la acompañe a comprar papel de arroz, “con esto se envuelve la marihuana”, me explicó. Una hora antes había conseguido un poco de hierba, lo guardaba para mitigar el frío en la noche rockera.
A las seis de la tarde terminamos las grabaciones, caminamos hasta el lugar del concierto, éramos un buen cuarteto, compartimos bromas y anécdotas durante las cinco cuadras que separaban a la universidad de la Concha Acústica, el escenario color rosa que en su forma podíamos advertir el porqué de su nombre, sede de muchos festivales urbanos, hoy nos presentaba lo mejor del rock local. De los cuatro, solo dos sabíamos que alguien llevaba hierba en su mochila, solo dos buscamos un encendedor y nos perdimos en la oscuridad para ir a un lugar apartado, mientras el otro par se entretuvo conversando con el fotógrafo del alcalde. Caminamos por el parque contiguo al escenario buscando un lugar dónde ubicarnos, solo veíamos sombras de personas haciendo ejercicio, parejas besándose o amigos conversando.
La chica que me acompañó fue quien anteriormente me había contado sus experiencias con la marihuana. Nos sentamos en una acera del parque, atrás nuestro era el estacionamiento de las camionetas de los miembros de Seguridad Ciudadana, hacía mucho frío y en el evento sonaba la canción Get Lucky de Daft Punk. Prendimos el primer ‘rizo’, mi compañera me explicó cómo se ‘golpea’, “debes aspirar el humo y mantenerlo el mayor tiempo posible dentro de tus pulmones, luego lo botas”, ella lo aspiró primero y la marihuana surtió efecto, yo la seguí, aspiré una, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces, pero no surtió efecto, mi amiga estaba volando y yo en tierra muriéndome de frío y decepcionado.

domingo, 24 de julio de 2016

NO SOY IDEALISTA

No hay necesidad de diferenciarlos pero en mi país la distancia es grande. Hablaré por mi experiencia, no he conocido a una pareja Lgtb+ íntimamente como para recaer en un juicio sobre ellos, todo lo contrario con parejas heterosexuales de clase media.
La figura casi siempre se repite, los hombres son los niños que se hacen duros, en la mayoría de veces intransigentes al discutir con sus esposas. Las mujeres tienen la ventaja que en esta época la violencia contra ellas es censurada, muchas veces tienen razón, pero no exponen sus argumentos con la fuerza necesaria, la inseguridad las aleja de la validez. Los hombres por otro lado se han acostumbrado por muchos años a tener razón a la fuerza y ahora son esclavos de ilógicas razones que los llevan a defender argumentos sin sostén.
Paremos esta cadena, las mujeres de mi país tienen mucho por expresar, desean ser libres y luchan diariamente, lamentablemente la mayoría en sus hogares, para esa emancipación. No les cortemos las alas es posible tener familia y cumplir sueños. Flora Tristán nos lo recordó, la mujer es valiente, las diferencias no limitan, crean diversidad. Ayudemos a crear igualdad, nuestros hijos necesitan algo mejor, no deben contaminarse con las relaciones de este mundo, no aprendamos a soportar los golpes en la vida, aunque hay cosas fuera de nuestro alcance como la enfermedad o muerte, mejoremos la sociedad desde el núcleo. El compromiso no se siente, se demuestra.
La competencia nos enriquece y acerca más. La amenaza es recurso de delincuentes sin coraje. Crezcamos todos.

Disfrutemos esta canción.


viernes, 17 de junio de 2016

LO COMPLICADO DEL CÁLCULO


Son exactamente las 9 de la mañana y el sonido de la sirena de bomberos anuncia el inicio del examen. Bajamos las miradas y comenzamos,  me alivió que no se presentaran los horrores que mis conocidos habían previsto: el típico ataque de nervios, la pérdida repentina de memoria o el inoportuno dilema existencial sobre mi vocación. En realidad solo pude pensar en las interrogantes que me presentaban las letras impresas en el papel. Mientras resolvía jugaba con mi lapicero picando las alternativas.
Dos horas antes había ingresado al aula 104 de la Escuela de Ciencias Físicas y Matemáticas, allí también había rendido los sumativos anteriores con cierto éxito, pero este era el decisivo, este valía la mitad de mi puntaje total. Había visto a los chicos dándose ánimo durante el ingreso, llovían abrazos, rostros preocupados y perdidos. Todos cumplían ciertos rituales familiares en el día del examen; yo por mi parte me levanté a las siete de la mañana, tomé la manzanilla que me había recomendado un profesor: “para los nervios”, decía. Me alisté y salí. Otra acción que también se ha vuelto importante antes de ingresar a la universidad es consumir una barra de chocolate, las madres decían: “para que te de fuerzas”, “el chocolate mejora tu ánimo”, “durante el examen te dará hambre”, todo esto no escapa de la realidad y lo pude comprobar en el primer sumativo. Tal vez parezca que todas estas acciones no sean tan ciertas y solo ayuden en aumentar la seguridad del postulante, pero estábamos en competencia y ahí todo sumaba.
Dos meses antes había recibido con alegría los resultados del segundo examen. El día anterior estaba muy nervioso porque en el sumativo anterior no había llegado a mi objetivo. En clase había escuchado a más de un profesor decir que no confiemos en los ‘amigos’ de academia que postulaban a nuestra especialidad pues tratarían de  jugar sucio, yo tomé ese consejo y salía con conocidos de otras áreas. Recuerdo que, mientras resolvía una práctica de geometría, alguien del salón a quien no conocía se me acercó y dijo: “oye, qué buen puntaje tienes, ya estás adentro, ¿para qué estudias?”. Yo, recordando el consejo, le pregunté: “¿tú cómo saliste en el examen?” Él, un poco avergonzado, me dijo: “Estoy muy bajo, me faltan 90 puntos en el acumulado para el mínimo, la verdad es que no me gustan las matemáticas”. Entonces le dije: “qué mal puntaje tienes, ¿para qué estudias?”.
Cuatro meses atrás, luego de haber fallado en mi primer intento de ingreso,  mi madre se había acercado a hablarme seriamente: “si no ingresas esta vez, deberás dedicarte a trabajar en cualquier otra cosa, ésta tu oportunidad y debes aprovecharla, porque será la última que te pagaremos”. Esto hizo concentrarme íntegramente en los estudios, preparé una agenda y horarios para los 4 meses que comenzaban y me esforcé para mejorar mi puntaje. En verdad mis padres habían acordado decirme aquello porque se lo había recomendado un amigo, para “enfocar sus prioridades”, decía; luego se me hizo una frase de mal gusto cuando mis progenitores me lo confesaron.
Habían transcurrido 20 minutos del examen y estaba abstraído, solo me interesaba resolver las preguntas, hacía una línea sobre las alternativas  para luego pasar todo a la hoja de respuestas. No me había dado cuenta lo que ocurría alrededor, pero de pronto me sentí observado, miré al frente y las tres personas que cuidaban el examen me veían extrañados, desvié la mirada hacia los postulantes y regresé al examen pensando en lo que pasaba. Me distraje y comencé a cuidar mis gestos y movimientos cuando celebraba la resolución de las interrogantes. El poco tiempo que miré a mis compañeros de carpeta me di cuenta que la prueba no es tan rigurosa como la venden, ellos podían mirar al compañero del costado para pescar alguna respuesta que no tengan.
Dos horas luego del examen sonó el teléfono de mi casa, contesté, era mi mejor amigo: “Hola hermano, ¿cómo te fue hoy, estuvo fácil el examen?”, dijo.  “Para el que estudia, sí”, respondí. Seguí conversando largo rato con él y su mamá, enviaban saludos y él pedía consejos, aun no se animaba a postular porque en su carrera las personas ingresaban luego de 3 intentos. Él quería ingresar en la primera oportunidad.
Habían pasado 20 minutos después de las siete de la noche, estaba cenando y viendo una película. Antes, ya había esperado los resultados pegado a un radio durante 5 horas y no lo iba a volver a hacer. Hablé con mi hermana dos horas antes y me dijo que ella lo haría, entonces le pedí que me llame al teléfono solo si ingresaba, si no ocurría esto que no se moleste en hacerlo. Estuve un poco incómodo pues resultados se anunciaban para las 7 en punto, y estábamos con retraso de 20 minutos. Mi madre se había acercado a preguntarme los resultados pero le conté el acuerdo con mi hermana, regresó luego de cinco minutos a preguntarme lo mismo y volví a decírselo. Son 20 minutos, el vecino que postulaba a Derecho ya estaba lanzando alaridos celebrando su logro ¿qué pasaba? ¿Era cierto que el último examen era el decisivo? Al final opté por confiar en mis respuestas y esperar que el teléfono timbre.
“Ring, ring, ringggg…” Sonó el teléfono y di un salto de alegría, me abalancé sobre él y respondí. “¿Aló? ¿Se encuentra la señora Miranda?” Me quedé helado, era alguien más, aun no era seguro si había ingresado, la persona al otro lado preguntaba por mi madre, a quien no hubo necesidad de llamar pues había corrido y estaba a mi costado esperando que le dé la noticia. Le dije que no era mi hermana, no me creyó y contestó, al darse cuenta que era cierto resolvió rápidamente la llamada y colgó. Me miró seria y dijo: “Entra a internet a ver el resultado, no esperes a tu hermana”. Todo era un grito ahogado en la garganta.

“Ring, ring, ringgg…” Ahora me paré para responder rogando que sea mi hermana, luego de que el teléfono sonara tres veces respondí, habían colgado antes pero emergía otra llamada entrante… “Ringggg…” Respondí, “¿Aló, Pedro?” Era mi otra hermana, pero anunciaba lo que tanto esperaba, mi madre había llegado nuevamente a mi costado y pudo escuchar el grito de alegría a través del teléfono: ¡INGRESASTE! ¡INGRESASTE!

domingo, 12 de junio de 2016

LA VOCACIÓN COMO RECURSO SOCIAL PARA CRECER

Lo primero con lo que me enfrenté cuando inicié mis estudios en Comunicaciones fue el enorme prejuicio que tienen los profesionales de diversas ramas en torno a esta carrera. "No es universitaria", "acá encontramos un conjunto de oficios técnicos que se han unido en algo parecido a una profesión que sin embargo carece o tiene muy poca rigurosidad científica".
Este fue el primer impacto, recordé las recomendaciones de mis amigos; "Tu das para más", "¿Por qué postulas a esa carrera si tienes un puntaje de ingeniería o medicina?" Yo no lo quise así, continúe, me había propuesto un reto y quería hacer crecer esta carrera a punta de esfuerzo con el combustible de la vocación. 
El segundo hecho que me hizo dudar sobre mi elección fue cuando observé el comportamiento de la mayoría de compañeros de clase, veía en ellos el reflejo de los tan sintonizados programas de espectáculos que tanto detestaba, las peleas de mis compañeros de carpeta mostraban un mundo extraño, escandaloso, inestable, prejuicioso, retrógrado y estúpido. Sin embargo, todos eran muy amables al conversar, los años de socialización les ayudó a amoldar una personalidad muy empática pero vacía, pues veía el trauma de la competencia dentro, el estrés de los exámenes de admisión no superados, ellos se esforzaban por mostrar la mejor cara a un compañero que luego podría darles trabajo. Todo me parecía falso y ridículo, sin embargo no huía del juego, tal vez porque, como muchos seres humamos, me embriagué de egocentrismo y vanidad por los cumplidos recibidos.
El tercer impacto ya no fue un problema particular de mi carrera, es algo que sufren todos los estudiantes de universidades estatales del Perú, en estos centros de estudios lo primero que te enseñan es a ser pobre, a comportarte como un resentido de la vida lleno de carencias afectivas, económicas e institucionales, a ser un profesional frustrado que tiene como máxima aspiración el lograr entrar como empleado a una empresa de alcance regional, o ser como una larva que con el único mérito de alzar una bandera y usar gorros de un partido político en campaña  se asegura empleo como funcionario durante cinco años. 
El cuarto problema, aunque ya lo haya mencionado anteriormente, son los profesionales en ejercicio, que desmotivan nuestras aspiraciones con el facilismo que gobierna a sus productos comunicativos. En la sociedad es válida la creencia que el periodista es un tergiversador que se vende al poder político o económico al mando, que el publicista es un canalla que intentar engañar al consumidor para que compren basura bien presentada, que el comunicador para el desarrollo es un zángano que lucra excesivamente usando la excusa del asistencialismo, que el relacionista público es un ser detestable, hipócrita y corrupto que usando todo tipo de mañas busca que las organizaciones puedan causar todo tipo de transgresiones y la población se sienta feliz de presenciarlas.
Continuaremos...

sábado, 30 de abril de 2016

FALSA ADOLESCENCIA

Hace meses que una chica me acompaña, la quiero demasiado, es mi gran amiga, yo no soy específicamente eso para ella, pues busca ir más allá,  no lo deseé al inicio, aunque espero que si se da, sea lo mejor del mundo.


Hace más de tres años inicié mis estudios en la universidad. Mi perfil era de un adolescente amante de la música alternativa que pasó por la secundaria con calificaciones regulares y cierto éxito en las relaciones amicales, pero con algo diferente, en todo ese tiempo no tuve ninguna amiga adolescente.
No conocía a ninguna y eso me angustiaba, no por necesitarlo, sino porque era extraño estar en esa situación. Frecuentemente hablaba con mis compañeros sobre chicas, ellos daban sus testimonios y yo debía inventar alguna historia caliente y creíble sobre alguna jovencita inexistente. El problema siguió hasta el último año, se acercaba el baile de promoción y no conocí a nadie. Al final me aferré a una última esperanza, me comí el orgullo y acompañé a mi madre a la casa de una de sus amigas, aquella tenía una hija de mi edad que decía haberme conocido cuando era pequeño. Mi madre no sospechaba mi verdadera intensión, pensó que era una deferencia mía; pero necesitaba una pareja para la gran noche y lo iba a conseguir.
La chica se llama Lorena, y días atrás estuve tratando de pedirle que sea mi acompañante en el baile de promoción; planeaba la forma y el momento adecuado para abordarla, este no se dio, aunque  pude verla pero no en las circunstancias que hubiese deseado. Lo que pasó fue que, en una noche fría, Lorena, su madre Anghela y mi mamá, al terminar la misa, caminaban a pocas cuadras de mi casa conversando de no sé qué. Yo, por otro lado, abrigado con un par de casacas encima y un sucio pantalón polar, miraba televisión en la panadería de mi casa, lugar de trabajo de mi familia, al mismo tiempo que cenaba en un plato hondo de plástico con borde deforme y dibujos despintados. Se podría decir que la circunstancia  no era favorable para volver a ver a una ex amiga que quieres invitar al baile de promoción y con la que solo te has comunicado a través de tu madre.
El portón crujió al mismo tiempo que jadeaba una mujer. Mi madre había dicho a Lorena que la puerta estaba abierta, que solo la empuje, esto no era así, yo la había asegurado horas antes, a ella esto le causó un vano esfuerzo y un pequeño golpe con el pórtico. Al ver que forzaban la puerta me acerqué con el ceño fruncido, se distinguía entre el quicio al rostro de una bella jovencita.